miércoles, 2 de marzo de 2011

El robot del faro


Para Lucía

El mecánico-mayordomo solía contar una historia que iba modificando. Otras veces contaba también las razones para no escribirla, que también iban cambiando de aspecto, los motivos para los años que transcurrieron sin que nadie supiera de su existencia. El cuento habla de una carrera en la que se marca una línea sobre una plataforma. A un metro de esa frontera, una más profunda, una caída de centenares de metros. Nadie debía sobrepasar la línea. Nadie sabía del precipicio.Todos caen, excepto el robot del faro, el único que sabía lo que podía llegar a ocurrir. Desde arriba, empieza a dar consejos, según las habilidades de cada unode los participantes, que finalmente se salvan, sin excepción. A esa caída le llaman tiempo, solía finalizar ante el fuego, la linterna o el asombro..

Las nubes no reparan lo que está pasando en este arrecife.  Observan qué ocurre, sin intervenir hasta que llueve. Desde el acantilado miran las formas y sus contornos. Es la mejor hora del día, cuando no estás (como ahora, como después), y no piensas que vas a adivinar el resto de lo que sigue. Es la mejor hora de la noche. Sin pensar lo que se le olvida al viento, sin pensar que hay diferencias, que sólo hay posibilidades. Otra realidad manifiesta, una línea muy, muy tenue ligada desde entonces a este libro que se deshace las manos, cada vez vuelve a ser arena, chispazos que no llaman a la corriente.

El robot vuelve a mirar el jardín, sus verjas, las preguntas enredadas, y es, ese, casi siempre, el instante en que se va caminando; poco a poco, siguiendo un sendero de piedras,  a mirar las olas y escuchar sus voces.

No hay comentarios:

Publicar un comentario